Soy prácticamente la única persona en la redacción de Vogue España que no ha usado nunca Tinder (por suerte -o no- el amor estable llegó a mi vida hace más de 10 años). Quizá por eso me ofrecí sin pensarlo para recopilar las opiniones y los testimonios de muchas de mis compañeras acerca de sus avatares emocionales en la app más controvertida del mundo. Las leo con curiosidad, tratando de vislumbrar cuáles son sus criterios de selección (me interesan infinitamente más que los de cualquier departamento de recursos humanos), imaginándome qué candidatos les hacen detener el swipe mecánico en sus pantallas más de un nanosegundo y cómo eligen sus looks para esa primera cita post match. He escuchado en directo muchas de estas historias antes de leerlas aquí y la conclusión que saco desde mi absoluta lejanía es que, a pesar de todas las bizarradas, hay algo de espacio para los finales felices (que cada uno entienda esto como quiera) y que solo por esa pequeñísima oportunidad de éxito merece la pena intentarlo.
Marina Valera (Senior social media manager)
«Desde que me abrí Tinder en la era post-pandémica (estaba la cosa mal…) he seguido un modus operandi, quizás cuestionable, que me ha garantizado más calidad que cantidad: entro, hago un par de matches con los que tengo conversaciones significativas y, acto seguido, oculto mi perfil durante meses, independientemente de si la cosa ha funcionado o no. Digamos que, para mí, es como la típica discoteca a la que vas de Pascuas a Ramos y en la que, en ocasiones contadas, terminas hablando con alguien en la cola o en la barra del bar.
Dicho esto, y aunque prefiero mil veces ligar en el mundo real, hay un beneficio de Tinder que básicamente es la base de mis decisiones: la lista de Spotify. Más importante que cualquier foto, cualquier bio e, incluso, que cualquier mirada entornada (y borracha) desde la otra esquina de la pista de baile. Desde aquí aprovecho para hacer un llamamiento a la app (a Spotify, digo) para que cree su propio algoritmo para ligar.»
Alexandra Lores (Commerce Editor)
«Me descargué Tinder en varias ocasiones, pero no aguanté. Lo usaba durante diez o quince minutos, me desencantaba y, acto seguido, lo borraba, como si quisiese limpiarme una mancha, frotándola con fuerza. Había algo de pecaminoso en todo aquello, no por las maneras explícitas sino por esa forma de exponerse en un mercado de lo sexo-afectivo.
En otra ocasión, entré buscando corredores de bolsa. Necesitaba entrevistar a personas con esta profesión. No encontré a nadie, pero me topé con un chico que respondía a mis intereses personales por aquel entonces: llevaba gafas de pasta, tenía los ojos claros y parecía muy mono.
Empezamos a hablar de libros, películas, música… lo mismo que hacía con otros chicos con los que había ligado previamente. La cosa dejó de estar en Tinder muy pronto; en cuestión de días, pasó a Facebook y a cartas escritas desde Gmail en donde compartíamos nuestros textos.
Solo nos vimos una vez; al día siguiente volvía a su casa, en Los Ángeles. Lo recuerdo como el símbolo que supuso el final de un tipo de amor adolescente, muy fantasioso y naíf. A partir de entonces, el amor sería distinto; en muchos aspectos, diría que mejor.
Después me enteré de que vivía en Malasaña con una novia con la que había cortado poco antes. Él me contó otra historia, pero da igual. No siempre tenemos por qué saberlo todo«.
Nuala Phillips (Redactora de Moda)
“Sólo he utilizado Tinder como titiritera que mueve los hilos en la sombra, es decir: eligiendo por mis amigas y amigos quién se merecía un swipe a la derecha y quién a la izquierda, escribiendo perfiles ajenos que tuviesen gancho, o incluso haciéndome pasar por ellos cuando no sabían cómo gestionar la conversación. Conclusión: lo primero, que tengo que buscarme nuevos amigos; lo segundo, que igual que ocurre cuando improvisas discoteca por la noche, no sabes a quién te puedes encontrar al otro lado. Así que por mi parte, solo puedo decir que nada como el ligoteo de bar de toda la vida y una buena decepción en vivo y en directo. Al menos en ese ámbito, la intervención de terceras personas se reduce a un inocente: ‘¿Conoces a mi amig@?’”.
Mayte Salido (Commerce Editor)
«Tras una larga (y poco fructífera) relación comencé a usar Tinder durante algún tiempo sin demasiadas expectativas y con el único objetivo de conocer a gente fuera de mi círculo social habitual (que era, por aquel entonces, bastante cerrado). La meta la cumplí; conocí a gente interesante y me divertí. Si ese es tu fin, adelante. Pero seamos honestos, no hay nada que se le parezca a la química repentina que surge entre dos personas que cruzan miradas en un bar o a la emoción que se siente al recibir un mensaje que no está previamente pactado por un match.
Por otro lado y en defensa de Tinder, he sido testigo de un caso de gran éxito: mi mejor amiga y su (ahora) marido se conocieron a través de la app de citas hace 7 años y acaban de dar la bienvenida a su primer hijo».
Ana Gándara (Redactora de Belleza)
“Si tuviese que resumir con una palabra mi experiencia en Tinder –y me consta que no soy la única–, sería desolación. En menos de un año utilizando la app, creo que he visto de (casi) todo. Desde coleccionistas de matches –esos que jamás te dirigen la palabra e, imagino, solo quieren ver cuántas caen en su cebo–, hasta ghosting (mucho ghosting), pasando por una pizca de slut shaming de vez en cuando, personas cuyo parecido con las fotos es pura coincidencia y una preocupante cantidad de gente con algún tipo de enfermedad que les impide ser ellos quienes inician la conversación. Por el contrario, cuando me he hecho menos ilusiones acerca de alguien –o incluso me daba un poco de pereza esa primera cita–, ha sido cuando más me han sorprendido para bien (primera regla: modera tus expectativas). Anécdotas podría contar muchas –especial mención a aquel tío que decidió ponerme a caldo en una serie de tres audios de más de cuatro minutos cada uno porque su actitud me pareció sumamente condescendiente y decidí que no quería conocerle (esquivé una bala ahí)–, pero no sin antes adherirme a un programa de protección de testigos. P.D. Sí, sigo en Tinder. No sé por qué”.
Paloma Abad (Redactora jefe)
«Tinder me ha dado al amor de mi vida. Lo digo así, sin ambages, porque no tengo dudas de que es así. Mi hijo, Camilo, es fruto de un match tonto, que despegó y tomó tierra a las pocas semanas de que un exnovio pendenciero me hiciera un Tamara Falcó de manual.
Justo cuando yo estaba para el arrastre, llegó la vida y le dio vueltas a todo como un huracán, levantándome de repente a tres metros sobre el cielo (sic). Y aún así no puedo evitar quedarme anonadada pensando en cómo aquella cita sin pretensiones a la salida del trabajo hace ya varios octubres acabó trayéndome una relación sólida, cargada de confianza, apoyo, solidaridad, amor, largas conversaciones, discusiones de dejar de hablarnos varios días y un bebé que nos derrite cuando sonríe y se ha convertido en el astro alrededor del que giramos todos los satélites.
Seamos honestos: por mucho que esta sea una historia con final feliz, es imposible canonizar una red social basada en aceptar o descartar personas como a cartas de una baraja y que tiene más grises que las nubes de cualquier tarde londinense. Pero confieso que en mí se obró el milagro de Fátima. Y, por muy cursi que quede (¡es la oxitocina!) aún estoy cegada por esa luz arrolladora que es el amor».