Estaba a punto de enviar a mi agente la propuesta de un boceto de 35.000 palabras para mi segundo libro cuando decidí concederme una aventura de tres semanas en Brasil.
Allí, los lugareños me repetían hasta la saciedad las palabras: «Cuidado con el teléfono».
Me advirtieron de que me robarían o atracarían a punta de pistola. Durante la primera semana en Río de Janeiro, mi teléfono apenas salió de mi Airbnb. Aunque a veces resultaba incómodo andar sin él, también era refrescante; hacía tiempo que deseaba una desintoxicación digital.
Cuidado con lo que deseas.
Después fuimos a São Paulo, que yo quería visitar por su gran manifestación del Orgullo LGTB+. Pero mi compañero de viaje y yo estábamos en alerta máxima después de oír historias de robos. Necesitábamos una copa para calmar los nervios.
Decidimos llevar nuestros teléfonos. ¿Debíamos arriesgarnos a que nos robaran mientras pedíamos un taxi en una calle peligrosa o mientras intentábamos pedir un Uber? Decidimos cogerlos de todas formas.
En el bar había música disco, una bola de espejos, cócteles y unos hombres que parecían simpáticos bailando. Exhalé aliviado.
Entonces entró un hombre. A mí me pareció que su enorme tatuaje en el cuello le daba un aspecto atractivo, pero a mi amigo le pareció que le hacía parecer sospechoso.
Nos pusimos a charlar y usamos Google Translate para defendernos con mi pobre portugués. Le invité a una copa, nos besamos, volvimos donde estaba mi amigo y seguimos hablando durante casi una hora.
De repente, cogió mi teléfono y salió corriendo del bar a una velocidad vertiginosa.
Lo perseguí, pero tropecé y me raspé la pierna. El ladrón ya se había ido. Me sentí humillado. No lo denuncié a la policía. Había oído que este delito está tan extendido que era poco probable que pudieran hacer algo. Mi amigo nos consiguió un Uber a casa; me desmayé.
A la mañana siguiente, descubrí hasta qué punto me había violentado.
Encendí mi portátil. Para mi sorpresa, el ladrón había pirateado mi cuenta de Google y había cambiado la contraseña, bloqueándome.
Nunca imaginé que un ladrón podría robarme el teléfono y piratear mi cuenta de Google. Sospecho que tenía experiencia en hacerlo porque había cambiado la contraseña del teléfono antes de que pudiera bloquearse mientras Google seguía abierto a través del traductor.
Entonces recibí una llamada de pánico de mi compañero de piso en Sídney. El ladrón había intentado extraer todo el dinero de una cuenta conjunta con la que pagamos la hipoteca. Por suerte, no lo consiguió. Ahora he comprobado tres veces que tengo Face ID configurado en todas mis aplicaciones bancarias.
Compré un nuevo teléfono inteligente al día siguiente del robo, ya que no se puede sobrevivir más de 24 horas en el mundo moderno sin uno. En la tienda Apple de São Paulo, el personal dijo que a menudo veían a gente comprando teléfonos porque el anterior se lo habían robado el día antes.
Al principio, intenté volver a entrar en Google, pero como no funcionó, decidí esperar unos días antes de volver a intentarlo. Mientras tanto, cambié todas las cuentas vinculadas a Google, desde Spotify a Skype, en el nuevo teléfono. Luché contra las interminables preguntas sobre la identidad y la administración para recuperarlas. Fue estresante y requirió un nivel de paciencia que no suelo tener. Tras muchos aspavientos e insultos, conseguí actualizar la mayoría de las cuentas.
Entonces solo necesitaba recuperar mi cuenta de Google.
Para recuperar una cuenta, necesitas un correo electrónico o un número de teléfono de recuperación y la aplicación Google Authenticator. Pensé que tenía las tres, pero luego me di cuenta de que mi número de recuperación se había desconectado permanentemente unos días antes, después de seis meses sin utilizarlo mientras estaba de viaje.
Mi correo de recuperación era de un trabajo que había dejado en 2017. Mi compañero de viaje me dijo que estaba loco si pensaba que reabrirían un correo electrónico de hacía siete años solo para enviar a un antiguo empleado un código de recuperación.
Milagrosamente, lo hicieron.
El jefe de soporte informático debió de notar mi desesperación. Se puso en contacto a través de Zoom, hizo algunas preguntas de identificación y desenterró la cuenta del éter digital. Parecía funcionar.
Pero no funcionó. Después de recibir un código para acceder a ella, el siguiente paso era «pulsar sí en la aplicación Google Authenticator», que es específica del dispositivo. Estaba en el iPhone robado.
Es necesario disponer de una cuenta de Google One para chatear en línea con los agentes de Google. Pagué 5 dólares australianos (unos 3,35 dólares) por una.
Uno de ellos me dijo que nunca recuperaría la cuenta sin acceso a Google Authenticator. Cuando entré en la fase de ‘regateo’ por mi vida digital, cerré la sesión y volví a entrar para preguntar a otro agente. Me dijeron que lo intentara de nuevo desde un dispositivo, una ubicación y una conexión a internet que me resultaran familiares cuando estuviera en casa.
Durante las dos semanas siguientes, pasé por todas las fases del duelo: negación, negociación, ira, depresión y aceptación. Durante dos días, apenas dormí debido al estrés. Al principio, me quedé en el apartamento. Solo la celebración del Orgullo me tentó a volver a salir; incluso entonces, extremé las precauciones y me mantuve alerta. Dejé el teléfono nuevo en casa.
Tuve que revisar los extractos bancarios para ponerme en contacto con las compañías aéreas y reenviar mis billetes e itinerarios. Cuando creía que ya había hecho todos los trámites administrativos, surgía otra pesadilla.
Dos meses después, sigo bloqueado, con pocas esperanzas de volver a entrar. Mi antiguo empleador ha reactivado mi correo electrónico tres veces. En todas las ocasiones, Google ha dicho que no puede verificar si la cuenta me pertenece.
He perdido el acceso a mi Gmail, Google Docs y contactos.
Han desaparecido 15 años de contactos y toda la información esencial de los correos electrónicos: lanzamientos, historias, datos… Hacía todo mi trabajo en Google Docs. No hacía copias de seguridad; Google era mi copia de seguridad. He perdido todo lo que he escrito en los últimos 15 años, incluida la propuesta de libro que tardé cuatro meses en redactar.
Intento dar las gracias para no caer en la desesperación. Al menos el robo no fue violento. Ahora estoy en fase de aceptación. Sin duda, he conseguido la desintoxicación digital que ansiaba.
La vida consiste en salir adelante pese a las adversidades. Reconstruiré los contactos y reescribiré las páginas del libro. Requerirá disciplina e ingenio, pero lo haré. Trabajaré duro para recrear mi vida digital.